Historia de lo que nunca fue y nunca será

•junio 28, 2014 • 1 comentario

Después de una semana dura, surrealista, de esas que preferirías que nunca hubieran existido, anoche puse el broche de oro al límite de lo racional.

Asistí a regañadientes a una fiesta que daba mi empresa, de esas fiestas incómodas con gente que no quieres ver, comida que pinta mejor que sabe y bebida tóxica cuyo único fin es sincerar a la gente y tener algo de lo que cotillear al día siguiente. Yo no estaba para fiestas. Estoy agotada física, mental y emocionalmente. Pero fui a hacer acto de presencia un rato. Allí estaba, como no, uno de mi exs, por llamarlo de alguna manera porque nuestra historia nunca llegó a comenzar siquiera.

La cosa se remonta dos años atrás. Nos conocimos en el trabajo, claro está, y en seguida congeniamos. Yo estaba de visita en su ciudad y él se mostró amable conmigo desde el principio llevándome a comer por ahí, haciendo turismo… Me sentía tan agusto con él que ni me di cuenta de que aquello eran citas en realidad y de que aquel chico sentía algo más que «amistad» por mí. Hasta que una noche me besó. Sabéis lo dura que soy con mis críticas y que si un beso no me gusta la historia is over. Pues el pobre chico no besaba nada bien. Es más, la cosa se desmadró un poco porque empezó a decir burradas como que nunca había estado tan enamorado de alguien como de mí… Yo no daba crédito a lo que escuchaba. ¡Apenas nos conocíamos dos semanas! En aquellos momentos yo no estaba por la labor de lanzarme a los brazos de nadie así que le rechacé amablemente. A pesar de la decepción, el chico supo aceptarlo y pronto volvimos a llevarnos igual de bien que al principio…

Hasta hace diez meses más o menos, en que nos volvimos a encontrar porque el trabajo nos volvió a cruzar. Desde el primer instante supe que algo había cambiado. Le noté muy frío y distante conmigo. Si bien yo le había rechazado en el pasado, habíamos continuado hablando y escribiéndonos durante meses y nunca me había tratado diferente. ¿Acaso no se alegraba de verme? ¿Y por qué me dolía tanto que me ignorase? ¿Quizás sí sentía algo por él? Quizás nunca debí haberle rechazado y perdí mi oportunidad… Un día me armé de valor y le invité a salir para hablar. Le iba a acorralar cual cochinillo en el matadero y preguntarle directamente qué problema tenía conmigo. Pero él tenía planes y logró escabullirse. «La próxima vez». Y nunca hubo una próxima vez. Al cabo de unas semanas me enteré de que estaba saliendo con una chica y se iban de viaje a casa de los padres de ella (la cosa iba en serio). Realmente perdí aquel tren…

Una noche volviendo a casa con una copa de más después de una fiesta, vi una foto publicada en una red social donde anunciaba que estaba prometido. «Se casa.» Me quedé de piedra, horrorizada. Quizás fue el alcohol. Ya no hay vuelta a atrás. Y en fin, yo le rechacé para empezar. Quizás aun intentándolo la cosa nunca hubiera funcionado. No me gustaba cómo besaba y eso no tiene remedio, ¿verdad? Plantearse ninguna de estas cuestiones era irremediable y a la vez innecesario. Se va a casar, punto y pelota.

Como trabajamos en una empresa de cotillas, hace poco pude enterarme de todos los detalles de su relación. Al parecer estuvo rondándole a otra chica de la oficina que le dio calabazas, y al cabo de unas semanas, voilà! Estaba con esta chica que había conocido a través de un cliente suyo. Tres meses y conoce a los padres de ella. Seis meses después se prometen. Ella tiene 34 y él 36 (si no me equivoco). A mis ojos se trata de un matrimonio desesperado. A ella se le pasa el arroz (y para qué engañaros no es una belleza la pobre) y él… no sé, ¿perdió toda esperanza? Ahora que conozco todos los detalles de la historia, ¿podría hacer algo? Se va a casar precipitadamente con una mujer a la no parecer amar. Ya pero ¿y a mí qué? Yo me siento atraída por él, sí, pero de ahí a que merezca la pena romper su compromiso hay un océano. No, no y no.

El caso es que anoche, tras meses sin hablarnos, nos encontramos en esta incómoda fiesta. En un momento me vi a mí misma alabando el vestido de novia de su prometida (¿desde cuándo el novio lleva una foto del vestido de su prometida? Esa boda está destinada al fracaso por sí sola). Yo quería salir corriendo de aquella situación. Si esto no es ser masoquista no sé qué será. Por un momento, mantuvimos una conversación con los ojos. Sus ojos parecían pedirme perdón y querer decirme algo (¿que aún siente algo por mí?). Los míos intentaban decirle que me había hecho mucho daño ignorándome estos meses pero que ahora mi vida es simplemente perfecta y estoy bien, no hay rencores y le deseo lo mejor.

Y aquí viene lo mejor. Anoche tuve un sueño de lo más tórrido que recuerdo con él. Tan real que esta mañana me he levantado totalmente ruborizada y enamorada, cual mujer que se despierta al lado de su amado tras una noche de pasión ardiente. Todo el sueño era tan real y detallado. Imagino que mejor de lo que hubiera sido en la realidad. Los besos, las caricias, la complicidad, el sentimiento recíproco… [Suspiro]

Creo que esta ha sido la manera que mi inconsciente ha elegido para despedir a esta persona de mi vida y cerrar otro capítulo en mi gran libro de las decepciones. Otra «historia de lo que pudo ser y nunca será». Una despedida por todo lo alto, con pasión y deseo desgarradores. Lo curioso de todo es que no creo profesar ninguno de estos sentimientos hacia él, al menos no de manera consciente.

Y así, me guardo para mí esta aventura carnal (ficticia para él, real para mi inconsciente) a la par que cierro esta caja. Hasta siempre compañero. Te deseo mucha suerte, de verdad.

ImagenDedico esta entrada a nuestra querida Carrie, que ahora más que nunca necesita creer que los sueños y el inconsciente pueden ayudarnos a crear cualquier realidad paralela que necesitemos cuando el mundo real nos sobrepasa. Te quiero.

 

Charlotte y el caballero, parte 1

•junio 10, 2014 • Deja un comentario

Hace tres semanas tuve uno de estos encuentros surrealistas que dan lugar a más historias surrealistas… de esas que nos encantan.

Un amigo de la universidad visitaba mi ciudad por motivos de trabajo y nos invitó a mí y otros amigos a tomar unas cervezas un viernes después del trabajo. Por supuesto, entre este amigo y una servidora hubo historias para no recordar en aquel épico año en que decidí beberme toda copa que se cruzara en mi camino y perder el norte, el sur, el este y el oeste. Flirteamos y nos dimos cuatro besos bañados en vodka y ron pero la sangre nunca llegó al río. Un año después coincidimos en otra ciudad y en ese momento yo me eché a atrás. Una de estas historias de lo que nunca ocurrió y nunca ocurrirá, pues el tipo se casa este verano.

La velada transcurrió como suele pasar cuando ves a un amigo después de cinco años, aburrida e incómoda. Por suerte había allí otro amigo suyo, un caballero salvavidas de esos que ya no se encuentran que de vez en cuando tenía la gentileza de acordarse de que estaba allí e intentaba incluirme en la conversación. El caballero en cuestión tenía buen porte. Alto, ojos penetrantes, una sonrisa carismática y buenos modales, algo que ya no se suele ver, al menos por los lares. Claro está, yo ni me había vestido para la ocasión. Mi camisa sudada de todo el día, zapatos planos y rotos, los vaqueros que vengo poniéndome cada día desde hace tres meses y mi cara de viernes por la noche. A pesar de eso, al despedirnos en la entrada al metro tuve la inocente ilusión de que el chico me agregara a Facebook. Pero nada, pasaron los días y ni rastro.

Hasta que un martes por la noche recibí una solicitud de amistad que me sacó una sonrisa. Me hizo gracia que mi diminuta ilusión se hubiera hecho realidad y hasta me gustó que el caballero se hubiera hecho esperar. Intercambiamos un par de mensajes y quedamos en que tomaríamos una copa un día. La Charlotte cínica (a día de hoy 99% de mí) se reía mientras soltaba un «no te hagas ilusiones bonita». El sábado por la noche me encontraba en una fiesta con unas amigas en la azotea de un edificio ante unas vistas impresionantes. La ciudad a nuestros pies. Me sentía tan plena. Por fin la vida me sonríe y yo a ella. Me sentía en paz, y hacía tanto tiempo que no me sentía así…

Y como ya acostumbra, el caballero me escribió en mitad de esta estampa de película, para mi sorpresa, para invitarme a comer al día siguiente. Allí acudí, con mi mejor vestido, maquillada y depilada, zapatos cómodos por si dábamos un paseo después de la comida, y un grano imposible de tapar en medio de mis cejas. Mi primera cita en dos años y medio. ¿Puedo repetirlo? MI PRIMERA CITA EN DOS AÑOS Y MEDIO. La cosa prometía. He de confesar que pasé momentos de verdadera angustia en el tren. La inseguridad me devoraba como los gusanos a la carne putrefacta. Podrá pareceros la típica escena antes de una primera cita, pero a mí me parecieron los 30 minutos más horribles de los últimos meses. Estuve a punto de cancelarlo todo. No podría soportar otro desengaño, otro sapo en mi vida, otro rechazo. Al fin y al cabo, sola no se está tan mal. Tengo una buena vida, un trabajo que cada día me gusta más, un apartamento encantador, amigas con las que contemplar ciudades desde azoteas… Cuando quise darme cuenta ya estaba allí.

Nos tiramos 3 horas para comer. Él pidio una pizza y yo una mini quiche. Apenas podía ingerir alimentos. El vino sin embargo entró de maravilla. Compartimos un postre y hasta tuve la gran escena ridícula propia de una primera cita cuando un mosquito del tamaño de mi puño intentó matarme (porque un bicho así seguro que puede succionarte el 50% del volumen de sangre total). El caballero no me defraudó en nada. Hablador, buen oyente, divertido, creativo, educado. Sacado de las mismisimas páginas de Jane Austen solo para mí. Al salir de la cafetería caminamos hacia la estación donde nos despedimos sin excusas: no nos dijimos cuándo nos íbamos a volver a ver, ni por qué nos teníamos que ir tan temprano.

Y el misterioso caballero volvió a las sombras hasta una semana después cuando volvió a dar señales de vida para invitarme a tomar unas copas el domingo por la noche. Yo ya había hecho planes ese finde y necesitaba relajarme pero por supuesto encontré la manera de cuadrar la cita como fuera. Me duché, arreglé y maquillé en 20 minutos y hasta creo que coló. Me llevó a un bar diminuto en un barrio pequeñito lleno de locales enanos. Allí en la intimidad de aquellos 3 metros cuadrados, bebimos y charlamos durante horas hasta que el último tren nos recordó que al día siguiente era un lunes cualquiera. Al levantarme me di cuenta de lo bebida que estaba. Los efectos del alcohol me hacían sentir un calor en las mejillas y todo se veía medio difuminado (o quizás era la humedad). Todo lo que había visto hasta ahora me gustaba. «Vale, quiero probarlo». Estaba lista para un beso, el siguiente paso, algo con lo que pudiera decidir si merece la pena seguir adelante o no. Pero no hubo nada y mi borrachera y yo nos fuimos a casa cabizbajas y somnolientas.

Ahora no puedo dejar de pensar en el misterioso caballero (tanto como para escribir a medianoche un martes). Parece que le gusta jugar al juego del escondite. Aparece y desaparece en el momento idóneo. No puedes contactarle porque si lo haces te contesta su caballo con frases frías que dejan caer un «no molestar». Quizás ser caballero es un trabajo más duro de lo que pensamos. Escribir todos esos poemas, mantener pulida la armadura y la montura del caballo, prácticar el arte de la esgrima… ¿Debo entonces ser paciente y esperar a que cada fin de semana una carta y una rosa aparezcan en mi ventana? ¿Seré capaz de unir tanta paciencia e interpretar el papel de damisela en apuros? Sea como fuere, no pienso comer manzanas envenenadas para ganarme un beso.

Douglas-Knight

Los fantasmas de Charlotte

•May 19, 2014 • Deja un comentario

Tres semanas escasas desde que decidiera resucitar de entre los muertos y regresar al mundo de los vivos (y de los solteros), el pasado ha llamado a mi puerta.

Precisamente este fin de semana pasado me dio por hurgar en el cajón de los (malos) recuerdos. Recordé a mi Mr Big (y que mi última relación «seria» terminó hace más de 6 años…), a  Mon Ami que fue mi último contacto íntimo con un hombre (hace más de dos años) y la razón por la que a día de hoy no confío en nadie. Desde que hace tres semanas decidiera tomar las riendas de mi vida, me siento tan viva, sexualmente también, que como no hay nada ni nadie en mi presente, me dio por echar la vista a atrás. ERROR.

La cosa no fue a mayores. Resultado: una noche de películas deprimentes, dos tarrinas de helado de brownie, y 5 nuevos granos en mi cara. Pero parece que no cerré bien esa caja y algún que otro fantasma se escapó. Y así, esta mañana he amanecido con un mensaje «amistoso» del famoso Oso Yogui. Me ha saludado como si nos hubiéramos visto hace un mes. La última vez que quedamos fue hace casi dos años y salí tan mal parada de aquel encuentro que decidí no volver a tener ningún tipo de contacto con él.

Me ha invitado a una fiesta «en casa de un amigo suyo» que al parecer «da muchas» y que «¿por qué no vamos juntos?». Me he quedado en estado de shock. Ha escrito mi nombre completo, por lo que no es que me haya enviado el mensaje por error. Después del shock incial, he pasado a la semi ilusión. «¡Un hombre me escribe!». Al fin y al cabo, estuve en su día coladita hasta los huesos por este chico. Besaba allá donde pisaba, y acabé como acabé. Y de la ilusión a la curiosidad. ¿Qué querrá ahora éste? ¿Acaso no se iba a casar con su novia?

Y de la curiosidad a la razón.

La diferencia entre la Charlotte de hace seis años y la de hoy es… abismal. Una de las cosas que tengo claras en mi vida es que NO creo en las segundas partes. Lo que no fue bueno la primera vez NO será bueno la segunda, ni la tercera, ni nunca. Si decidiste meter en su caja de pandora a ese cretino, es por algo. Sí, nunca sabremos qué quiere y nos quedará la duda. Pero de lo que no dudaré nunca es que este tipo no me puede traer NADA BUENO. El pasado está bien como está, enterrado. Y siempre tendremos esas cajas (ataúdes) y nuestras heridas de guerra para recordárnoslo.

Imagen

La resurrección de Charlotte

•abril 29, 2014 • Deja un comentario

Hace un par de semanas regresé de un viaje al paraíso. Tres mujeres jóvenes en edad de merecer, una isla perdida en medio del océano, cócteles de ensueño y el sol calentando nuestros cuerpos lozanos. Como en las películas.

Si bien en el viaje no hubo desmadres propios de Hollywood, ni romances, ni anécdotas que merezca la pena mencionar, la oportunidad de visitar un lugar tan remoto y deleitar mis horas en hacer prácticamente nada me hicieron reflexionar sobre mis últimos años y hacia dónde quiero encaminar mi vida. Momento zen total.

Tres solteronas en el paraíso del surf. Allá donde mirabas, un cuerpo. No solo el de los hombres. Sus respectivas mujeres parecían salidas de la mismísima revista Vogue. Para mi sorpresa, no me dio pudor quitarme mi humilde vestido y enseñar al mundo mis carnes flácidas y blancas cual turista nórdico.

Por las noches, entre cócteles y manjares pecaminosos, compartíamos nuestras penas o desamoríos. No podía creerlo. Tres mujeres jóvenes, atractivas (¿por qué no decirlo?), con un futuro profesional de vértigo y suficiente solvencia para regalarse unas vacaciones así, y solas. ¿Qué le pasa a este mundo?

Dos años ha desde la última vez que un hombre me tocó. Ya ni me da vergüenza decirlo porque he asimilado el hecho de ser «asexual». O había. Y es que tanto hablar de sexo y amor (o celibato y desamor) ha despertado en mí algo que llevaba mucho tiempo dormido. No hablo de la líbido (únicamente). La Charlotte que volvió de las vacaciones quemada por el sol es diferente.

A mi regreso, hice revisión de todo lo que me rodea y atañe y vi que con 27 años me he convertido tristemente en una patética Bridget Jones adicta al trabajo que se autocompadece y hace listas de las cosas que debe/ quiere hacer. «Debería ir al gimnasio/ hacer más deporte» «Debería dedicar más tiempo a mi apariencia y cuidarme más para ser más femenina» «Debería comer sano y dejar de meterle a mi cuerpo una barra de chocolate al día»… Hay tantos «debería» que se me acumulan y acabo pasando los fines de semana literalmente haciendo NADA.

Pero parece que la vieja Charlotte fue desapareciendo con cada tira de piel quemada que perdí tras el viaje. Me miro al espejo y veo a otra persona. Parece más fuerte y más segura de sí misma, dispuesta a comerse el mundo. ¿Es una ilusión o un efecto del fugaz bronceado? A veces me sorprendo a mí misma desnudando a mis amigos en mi cabeza. Hasta he empezado a echar miradas a desconocidos por la calle. Me siento más viva pero también más frágil. «Sentir» es la cuestión. Creo que el sol de aquella isla derritió la armadura enfermiza que yo misma me había colgado para no ver ni oír ni oler ni sentir mi propia podredumbre. Sentir significa sufrir, sí, pero también significa estar viva.

Vamos a entrar en mayo. Todavía es primavera. No es demasiado tarde para dejarse llevar por la naturaleza y empezar a florecer. El mundo tiene que ver y admirar a esta magnífica rosa que ha sido ignorada por demasiado tiempo. Arrodillaos ante mí o apartaos de mi camino.

CUIDADO, Charlotte ha vuelto.

Las olas del mar

•marzo 9, 2013 • Deja un comentario

Hacer símiles con las olas del mar puede ser muy cómico cuando eres español y la tonadillera («la más grande») los ha hecho mucho antes y bastante más famosamente que tú. Anoche me pareció lo más adecuado para explicar los sentimientos que he recuperado. Es un acto masoquista. Sabiendo que te hará envolverte en agua ‘hasta las trancas’ mismas, sigues sentada en la orilla del mar esperando que esa ola que pasa certera cada vez que allí te le pones a tiro. Allí estoy yo en la playa una vez tras otra dispuesta a ser arrastrada por la marea – por los sentimientos que no pueden ser negados. Cien vidas que viviera cien vidas que me sentaría a la orilla del mar esperando a esa ola certera que me coge en sus brazos y me lleva hasta su terreno – mar adentro donde estoy hasta el cuello de agua y donde el embaucamiento todo lo envuelve.  Y lo haría todos días – a todas horas. Las sirenas llamaban a sus víctimas desde los acantilados para que encallaran. Así, solo que al llegar mi ola – no hay mucho cántico que me evite sucumbir a tanta pasión – la misma con la que la ola me arroja hasta el epicentro de su fuerza. A tanta química y a tanta conexión. El éxtasis debe estar cerca cuando la ola me zambulle.  No la puedo evitar. Los príncipes azules no existen, los Peter Pan y los piratas si.  Y hay algunos especialmente certeros.  Sería horrible pensar que esa química que se siente al abrazar semejante ola sólo se puede sentir con personas contadas. Con olas contadas.  Pasar una vida a la orilla del mar esperando que vuelva esa ola a tu vida, evitándola en la medida que una ola magnética puede ser evitada. Sabiendo desde lo más hondo y desde el más estilo coplero que hay, que no hay nada que evitará estar feliz por volver a ver a tu verdugo es realmente aterrador. Aún es peor saber que nunca el efecto no durará mucho y que la marea bajará y todo volverá a ser la misma porquería. Realmente desesperante. 1-2-3-4-5-6-7 años.  A este paso seré como Penélope que hizo y deshizo aquel paño hasta la saciedad esperando que volviera Ulises – esperando que volviera la ola.  Alimentando el tiempo con pretendientes – con príncipes ranas. A veces me pregunto si mejor sería no haber sentido nunca esa ola mortífera y placentera a la vez. Si sería mejor no esperarla nunca más a la orilla del mar. Si mejor sería no conocer su poder. Esa es una ola de éxtasis llena de fuerza que hace contigo lo que quiere a su antojo.  Esa ola – al dolor y al placer de la que asisto impasible me persigue en lo más hondo de mi conciencia – hasta lo más hondo de mi ser, conectada con lo más primario y hace que actúe según los instintos más primarios por los que nos regimos los humanos.  Las mujeres somos seres capaces de amar profundamente pero a veces me compadezco de poder sentir eso tan profundo y doloroso a la vez. El amor.  Aquella noche de San Juan cuando Mr Big me levantó alto y fuerte en el cielo rodeada de sus brazos para pedir un deseo juntos selló un pacto envenenado que me ha unido a él sin perdón.  Volver a ser niña y a la vez adolescente. Saber que tienes ante tus ojos la verdad – la respuesta a todas esas señales. Saber que como la marea sube y baja. Va y viene . Hasta la próxima caída. Hasta la próxima marejada, ¿¡hasta la próxima, Mr Big!?

Las sirenas

Cuando aprietas tanto los dientes se te rompen a pedazos.

•febrero 26, 2013 • Deja un comentario

La semana pasada viaje al abismo. La Carrie descafeinada que no cuida de si misma dio un paso más hacia la autodestrucción. Una destrucción que ya no es solamente psicológica, ni de ruptura con los principios (pocos) que rigen su vida. Ahora va más allá – una ralla fina, una herida que cual iceberg es pequeña desde la superficie pero negra y abismal cuando más cerca la veo.  Una herida a la que en vez de curarla he ido alimentando con gasolina y azufre. Rasgándola, y poniéndola a prueba hasta no poder más. Siento su punzada a cada minuto.  Esa herida cochina está en el centro de todo lo que soy y cuando más profunda se hace más siento como me empuja a autodestruirme.  Esta herida está causada por mi necesidad de no sentirme sola – por mi necesidad inmensa de sentir que alguien puede ofrecerme cosas sin pedir nada a cambio. ¿Puede alguien ponerte bajo su abrigo sin pedir que seas un ser perfecto, sin pedir que le entregues quien eres? ¿Puede alguien amar sin volverse posesivo, destructivo y tirar de la muñeca de trapo? ¿Existe el amor sin nada a cambio – sin ninguna mochila emocional llena de heridas, ni sangre ni lágrimas? Las personas como yo programadas para aguantar mareas y apretar los dientes (esa frase a la que tanto recurro) no sabemos donde está el límite – no sabemos donde parar para no autodestruirnos mientras intentamos ser felices.  El día que sentí la necesidad de abrigo, me olvidé de justamente eso, de cuidar de mi ser y de no aceptar ese pseudo abrigo a cambio de desdibujarme.  Dejar entrar en tu vida a príncipes encantados sin leer entre líneas la carga que ellos llevan tiene consecuencias devastadoras.  En los casos más extremos una puede dejar pasar una vida entera al lado de psicópatas emocionales pensando que está bien según el principio de apretar los dientes.  Me pregunto cuantas mujeres han desperdiciado sus existencias por apretar los dientes, por pensar que es un acto valiente aguantar aguantar y aguantar carros y carretas.  Carrie la descafeinada apretó tanto los dientes que se le rompieron a pedacitos, como se le rompió su alma y quien era poco a poco, pedazo a pedazo hasta ser no más que diminutas cenizas que vuelan alrededor de su aura, de lo que queda de ella.  ¿Y Carrie? ¿La Carrie que quería comerse el mundo? Después de todo creo que la perdí sin darme cuenta allá por 2010 cuando empezó a dejarse abusar.  Cuando se dejó abrigar por un veneno que crea heridas y se alimenta de la destrucción ajena. Lo que no es aceptable no es aceptable y además es imposible que nunca lo sea. Romper los esquemas y dejar de quererse a una misma es una cosa en la que nunca deberíamos caer. Vendernos por un abrigo que parece cálido pero es una losa pesada que te hace añicos no es nada que nadie debería hacer. Y sin embargo este mundo está lleno de mujeres maltratadas que se han negado a si mismas que se han visto envueltas en espirales de destrucción sin saber porque ni porque no.  Huyendo de lo malo nos fuimos a lo peor. La Carrie descafeinada está en una encrucijada de su vida con la herida abierta y sangrante, con miles de preguntas e intentando darle sentido a tanta estupidez, a tanto apretar dientes y a tanta compasión por el mal.  Buscar el valor entre la cortina de destrucción es cosa difícil – hacerlo sin nada a lo que agarrarse, sin arnés que te proteja del descenso, sin espalda a la que llorar y sin saber que esto no es como los cuentos en el que al final siempre se come perdices. Esto es una de las pruebas más difíciles de esta vida. Al final el dolor, el apartarse del abismo, el quererse a una misma tiene que venir desde dentro. ¿Como invertir un proceso de destrucción? Es un episodio dolorosísimo del que ya no puedo disimular – casi cuatro años después del inicio hasta los ciegos y los sordos de corazón puede ver como la herida sangra por todos los costados y como este barco hace agua. ¿En qué estaría yo pensando?

Los muñequitos

Señales

•febrero 26, 2013 • Deja un comentario

Señales

Algunas veces la gente vemos señales donde no las hay. Fantasmas donde no las hay. Analogías con nuestra propia vida donde no las hay.  Me pasa cada vez que, compradora compulsiva como soy,  quiero comprarme alguna chorrada de las mías – las veo por todas partes donde ponga los pies. Y estoy señores y señoritas estos días no hay muchos sitios a donde yo Carrie vaya. Muy acorde a mi fase era glacial por la que estoy pasando a tantos niveles.

Las señales cual círculos circunspectos me rodean – y yo estoy en medio. Ahora mismo actúa cual centrifugadora de señales en la que en el epicentro estoy yo más pequeñita y echa polvo por el centrifugado que nunca. Pero vayamos por partes. En estos años de mutación de Carrie a Carrie descafeinada he conseguido un armario a imagen y semejanza del de mi alter ego. La ropa no me cabe en casa – así que la tengo repartida en tres lugares diferentes.  Vamos parezco Penélope Glamour con mis maletas a lo Piquer de aquí para allá. Como Carrie tengo un pequeño rincón dentro de una grandísima ciudad aunque ir de cocktails día tras día a mi no me pague las facturas. Pero donde más señales veo es en la sarta de Mr Bs y Peter Pans que he ido fichando. Con los que ahora veo, me he ido conformando, asentando y hasta negando mi propio yo.  Y todo para volver a los inicios. Punto inicial de la partida. Después de Peter Pans, Peter Bestias, Peters de todas las formas, colores y manías todo se reduce al Peter Pan original – al que como Carrie una arrastra a través de los años y de las vidas de mi viajera existencia. Horror – señales. Todo ha sido en vano.  El príncipe azul que iba a curarme de todos los males se convirtió en rana y ¡oh, qué rana! . Como Charlotte dice en su entrada anterior – algunas personas son especiales. Yo nací especialmente para demostrar al mundo lo mucho que puedes centrifugar a una muñeca de trapo. Y lo mucho que la pobre muñeca se dejará centrifugar hasta que no quede más piel, más lágrimas que llorar, más sufrimiento que sufrir y más estupidez que sentir. Carrie, la Carrie descafeinada se convirtió poco a poco en muñeca de trapo de cualquier Peter Pan que quisiera mostrarme sus habilidades para hacerle sufrir.   Carrie, la Carrie original no hubiera consentido esto. Aún así en su comportamiento veo señales que me recuerdan peligrosamente a cosas que pensé que nunca haría.  Pues en la vida todo es empezar. Y así, como las torres más altas que también han caído también una relación con el príncipe azul se puede ir al traste.  Y se fue. Las señales y el corazón me lo han dictado en varías ocasiones. En repetidas ocasiones.  Volver a empezar.

Reflexiones sobre mi último Ying y Yang

•octubre 26, 2012 • Deja un comentario

Anoche quedé con mi querido oso Yogi para llevar a cabo mi ya conocido ritual del Ying y el Yang. Después de tres años de recuerdos idealizados, necesitaba quedar una vez más con él y cerrar ese capítulo de mi vida que nunca pude terminar de leer… La velada fue perfecta: se nos pasaron las horas charlando de todo, con la misma naturalidad de hace tres años. Él no había cambiado nada, seguía siendo el mismo. «¿Qué tiene este chico para que yo perdiera así mi cabeza?» pensaba mientras confirmaba que tenía delante de mí a uno de los pocos hombres con los que me casaría. Y justo cuando estaba a punto de convencerme a mí misma, me confesó que estaba viviendo con su chica, con la que tiene planes de casarse…

Fue todo un caballero, no quería contarme muchos detalles por si todavía sentía algo por él, no quería hacerme más daño. Intenté disimular mi decepción lo mejor que pude. Después, nuestra conversación giró en torno a que yo también debería encontrar a alguien y casarme pronto. Casarme…

Una de las cosas que he empezado a asumir este año es que hay muy pocas probabilidades de que yo llegue a vestir de blanco algún día. Simplemente mis posibilidades son remotas. Soy demasiado especial para entregarme a cualquiera. Y sí hay personas especiales ahí fuera, lo sé, pero es tan difícil encontrarlas. Y cuando lo haces, estan a punto de casarse… Hoy en día la soltería es un modo de vida para muchas personas que deciden no tener compromisos ni ataduras de ningún tipo (me pregunto si esto es posible). Yo admiro a estas personas pero no comparto su manera de pensar. El ser humano no está hecho para vivir y envejecer solo, al menos no en nuestra sociedad actual.

Estar soltera a los 26 no es un problema. Tus amigas, todas o casi todas, tienen pareja y empiezan a preferir pasar su poco tiempo libre con ella, pero aún sienten inquietud por quedar contigo, ser «un poco libre». Conforme pasen los años esto cambiará. Para cuando tenga 30 habré asistido a las bodas de la mitad de ellas (si no más) y puede que alguna tenga ya incluso «un churunbel»… A los 35 estarán demasiado ocupadas para poder dedicarte una tarde café el fin de semana. Quizás cuando tengan 45 y se divorcien quieran tener compañía y sentirse jóvenes de nuevo. No las culpo. Nuestra sociedad nos ha marcado que hay una edad para todo y los 35 es la edad para disfrutar viendo crecer a tus hijos. No voy a entrar en discusiones sobre si este «orden» es correcto o no, o por qué nuestra sociedad nos impone tal cosa. Siemplemente sé que las cosas son así, y las acepto. Igual que los «solteros libres» deciden vivir sin ataduras ni compromisos, yo decidí que no quería envejecer sola en este mundo cruel. Simplemente sé que no podré disfrutarlo. Por supuesto que lo superaría y llegaría hasta el final, pero me convertiría en una amargada infeliz.

No obstante, este año he comprendido muchas cosas (y las que me quedan). Una de ellas es que no soy una persona corriente. Por el motivo que fuera, crecí siendo diferente. Podemos llamarlo de cualquier manera: diferente, rara, especial, extraordinaria… Solo es un adjetivo. Lo que importa es saber (y aceptar) que no puedo conformarme con el primer hombre «bonachón» que se me ponga delante. No funcionará si no estamos al mismo nivel. Hoy por hoy puedo enumerar con los dedos de mis manos las personas «poco corrientes» como yo que he conocido. Si restamos las que son mujeres, me basta solo una mano. Con estas cifras quiero explicar por qué digo que mis posibilidades son remotas…

Lo bueno de todo esto (porque todo debe tener una parte buena) es que me he dado cuenta relativamente temprano. Puedo empezar a aceptarlo y prepararme para la vida que me espera. Quizás algún día acepte mi soltería como un regalo. Por lo menos ahora ya no lo veo (tanto) como un castigo. Al menos sé que jamás me veré atrapada en un matrimonio infeliz, porque sé lo que valgo y no se lo entregaré a cualquiera.

(Nota: he hablado de «amigas» (mujeres). Incluiría también a los amigos que se casan, pero estos además tienen el problema añadido de que verse demasiado contigo podría incitar los celos a sus respectivas novias/ mujeres)

Game over…

•diciembre 3, 2011 • Deja un comentario

Muchas veces se ha dicho ya que el amor no es sino un juego. Un juego de guerra, de lucha de poder y orgullo, donde el ganador somete y el perdedor se deja someter. Un juego donde el ganador siempre gana, y el perdedor siempre es infeliz.

Dentro de este gran juego existen muchas variantes, y hace poco me di cuenta de que nunca me enseñaron las reglas de una de ellas: jugar sin enamorarse. ¿Es posible? En los tiempos que vivimos parece lo que se impone: tener sexo sin compromisos, básicamente. Hay quien tiene huevos u ovarios suficientes como para ir más allá y hacer vida de pareja sin compromiso. Vivir juntos sin compromiso. Dormir juntos sin sexo ni compromiso. Ir al baño delante de ti sin compromiso…

Su nombre: Mon Ami. Mi primer «experimento» (por llamarlo de alguna manera) con un hombre más mayor que yo (8 años). Nos conocimos a través del trabajo y lo que parecía una amistad acelerada acabó entre las sábanas de mi minicama. La diferencia básica entre salir con un chico joven y salir con uno mayor es básicamente que se invierten los papeles: tú te conviertes en el macho salido obsesionada con el sexo las 24 horas y él te pone excusas o se hace el loco para no satisfacer tu apetito. El resto es exactamente igual: un niño grande con importante nómina que no sabe qué quiere en la vida pero que tiene muy claro que no quiere compromisos.

Yo acepté jugar a este ridículo y peligroso juego donde la única regla de oro es: PROHIBIDO ENAMORARSE. De hecho, prácticamente yo lo forcé. Creía que podría soportarlo. Pero resulta que tampoco puedo, como tampoco puedo acostarme con el primer payaso que se me planta delante. Mon Ami era todo un caballero, de estos que te invitan a todo, te sacan a cenar, te llevan en taxi, te dejan alojarte en su casa mientras te arreglan una chapuza… Y así en un mes me vi viviendo por primera vez con un individuo del sexo opuesto, cenando juntos, viendo aburridas películas juntos, durmiendo juntos en cama de matrimonio (eso sí, sin sexo…), cepillándonos los dientes juntos, y sí, él haciendo sus necesidades delante de mí (no recomendado para pudorosas extremas como una servidora -el shock todavía me dura-). Hasta en lo de no tener sexo éramos un matrimonio. ¿¡Cómo no confundir las cosas!??

Así cometí el peor error que se puede cometer en este juego. Sí, me enamoré (o algo parecido). Hace tres años y medio que me juré no volver a hacerlo. Pero soy un ser humano débil e idiota. No me gustan las cosas a medias. ¿Puedo vivir en tu casa, ver cómo meas en mis narices, pero no puedo contar contigo en caso de crisis? Lo siento, pero yo cuando me entrego, me entrego 100%. Las niñerías de «no quiero nada serio, sólo relajarme y disfrutar» pasaron de moda en el momento en que cumplí los 18.

Y aquí me hallo, medioenamorada y sufriendo, una vez más. Porque lo peor de este juego es que cuando pierdes y las cosas se ponen feas, no es tan simple como recoger el tablero y largarte a tu casa. No. Te equivocaste y dejaste grietas en los muros de contención. El amor (o los sentimientos) se colaron poco a poco, como una diminuta gotera, y, cuando te quisiste dar cuenta, ya estabas inundada de felicidad. Ahora estás envenenada. Vuelves a sentir el dolor del veneno de la decepción, del desamor o lo que quiera que sea, corriendo dentro de ti. Quisiera gritar y pegar a alguien, pero a la única que puedo culpar es a mí misma. Nunca debí jugar a algo que no me enseñaron: amar a medias.

La famosa historia del Micropene, o cómo me secuestraron

•enero 24, 2011 • Deja un comentario

Muy feliz año nuevo, amigas mías. El 2011 llegó a nuestras vidas hace ya casi un mes, y yo ya vengo cargadita de historias que contaros. Historias que, como siempre, son para reírse, para llorar o simplemente para contar algo al mundo, porque merece la pena ser contado.

Dicen que entrar en el nuevo año con buen pie es importante. En realidad no sé si esto es así o la mayoría de personas así lo cree. No sé vosotras, pero en mi caso, no pude empezar el 2011 de una manera peor. Esta ha sido, con diferencia, la peor nochevieja de que haya habido y habrá en mi catálogo de historias para olvidar. Pero antes de que se me olvide, permitidme compartirla con vosotras, porque de todo se aprende en esta vida.

Pues bien, ya os hablé una vez de aquel amigo con el que intenté cruzar la «línea verde» en más de una ocasión. A pesar de nuestros tropiezos, supimos mantener la amistad por encima de todo. El chico está ahora estudiando el extranjero y, en un principio, nos invitó a todo el grupo de amigos a pasar la nochevieja allí, prometiendo que sería inolvidable. Bueno, en eso no se equivocó el muy desgraciado…

Poco después de comprarme los billetes de avión, supe que mis amigos todavía «no sabían nada» de este presunto viaje. Total que cuando fueron a mirar vuelos, estaban ya por las nubes (y perdonad el chiste malo) y ninguno pudo apuntarse. «Geniaaal, sola con mi amigo. Qué pedazo nochevieja nos espera» pensaba con excesivo sarcasmo enfermizo. El chico me dijo que no me preocupara, que allí estarían sus amigos y nos montaríamos una buena fiesta. Y yo accedí, totalmente ajena a la pesadilla que me tenía planeada el destino (o él).

Maldigo la hora en que puse mis pies en aquel avión que me llevó al congelado culo de Europa. La catástrofe estaba anunciada desde hacía días. Estaba tan claro y no hice caso a las señales ni mis propios instintos. Después de haber pasado unas navidades bastante tranquilas e inusualmente felices, me apetecía quedarme más tiempo en casa con los míos. «Pues no vayas si no quieres», me decía mi querida mamá. Ojalá le hubiera hecho caso. Amigas féminas del mundo entero, esta es la primera lección que he aprendido en el 2011: sigue tus instintos, y si tus instintos te dicen que no quieren irse a un puñetero país en vías de desarrollo con un imbécil prepotente, entonces no vayas.

Demasiado tarde. Yo ya estaba allí, muerta de frío, de hambre, y hasta diría que aterrorizada de ver un país tan feo, tan oscuro y tan triste. Llevábamos ya un par de días juntos y la tensión empezó a hacerse notar. Comenzamos a discutir por cualquier cosa, llevarnos la contraria, sacarle la puntilla a cualquier comentario, etc. Incluso antes de salir de España yo ya estaba hartísima de él y no podía ni verle masticar la comida con su cara deformada y calavérica (nótese el extremo odio y rencor en mis adjetivos).

Me trató fatal. Nunca he visto (y espero no ver) a un hombre pisotear y escupir sobre la palabra «caballerosidad» como mi «amigo» hizo en aquella semana. Me obligó a dormir en un sofá-piedra con el pretexto de «o duermes conmigo en la cama o en el sofá». Le expliqué lo mejor que supe que no quería meterme en la cama con él. Primero porque no me atrae lo más mínimo. Y segundo porque odio dormir con personas que no me inspiran confianza, porque acabo durmiendo todo el rato hacia el mismo lado y al día siguiente quiero morirme. Tampoco me daba de comer. Esta fue una de las peores partes del viaje, el hambre que pasé. Cuando llegaba el ansiado momento de la ingesta de alimentos, yo devoraba como una vagabunda en un festín. El muy cretino me estaba creando ansiedad por la comida porque dios sabía cuándo volvería a tener oportunidad de llevarme algo a la boca. Entre estos detallazos que tuvo el representante mayor de los mea-caballeros, nos tirábamos horas sin hablarnos porque simplemente no nos aguantábamos. Yo le odiaba por dentro. Sentía ganas de pegarle, de gritarle, insultarle y dios sabe qué más. Me sentía engañada, secuestrada, atrapada, insultada. Si aquello era una venganza porque lo nuestro nunca funcionó, el maldito bastardo se debió quedar bien agusto.

Y bien, vayamos al grano: nochevieja 2010. Antes del viaje, ya le iba preguntando por los planes para esa noche. «No te preocupes de nada. Yo controlo». ¿Yo controlo? Y TANTO QUE LO HACÍA EL MUY CABRÓN. Presuntamente iríamos a 3 fiestas que organizaban diferentes grupos de amigos suyos. El día 30 ya me dio la primera mala noticia: que cenaríamos en su casa él y yo solos y nos uniríamos a las fiestas después de las campanadas. A mí esto ya me sacó de quicio. ¿POR QUÉ TENÍAMOS QUE CENAR SOLOS ÉL Y YO EN NOCHEVIEJA? ¿Pero este tío qué se pensaba, que éramos una parejita feliz? Pero ahí no acaba la cosa… Hicimos la cena juntos (patética, con ingredientes medio-podridos sacados de la mismísima II Guerra Mundial) y él se encargó de poner la mesa «lindísima», con velitas incluidas. Yo flipaba. Aprovechaba cuando iba al baño para llorar y desahogarme. Me odiaba a mí misma por haberme hecho pasar la peor nochevieja de mi vida.

Acabadas las campanadas, el patán llamó a sus amigos. No pude escuchar nada, porque el muy lerdo por no saber, no sabe ni hablar inglés. Dudo mucho que aquellos pudieran entender lo que decía. Total, que me empezó a contar la vida con que una fiesta estaba «demasiado lejos, en otro pueblo, y ahora no hay taxis», que si «es que la otra fiesta ya está acabando porque aquí acaban pronto» (eran las 2 de la mañana). Excusas. Allí estaba yo, divina de la muerte, con mi vestidito, maquillada, lentillas puestas y el poco ánimo que me quedaba, dispuesta a intentar pasar una buena noche al menos. Casi exploto a llorar allí mismo. Encima el muy cínico me decía que esta estaba siendo la mejor de sus nocheviejas. ¡¡PERO CÓMO SE PUEDE SER TAN NECIO!!

Cuando se puso a mirar el Facebook a las 3 de la mañana de una nochevieja, decidí que era hora de emborracharme y olvidar mi patética existencia por unas horas. Y vaya que si lo hice. Cuando quise darme cuenta, allí estaba en plenos preeliminares con el zoquete en persona. ¡¡HORROR!! Pero no. El monstruo de la peli aún no había llegado. Cuando fui a meterle mano a «allí abajo»… ¡quise morirme! No pude pensar en nada, en realidad. Estaba totalmente en shock. ¡El paleto tenía, y no exagero, los testículos más grandes que el propio miembro!!! Encima la cosa ni se le levantaba. Estaba como aturdida. Aún así, como era tan pequeña, le puso un preservativo, que se le caía todo el rato. (Cuando creáis que esta historia está siendo lo suficientemente patética, escapad al siguiente párrafo). Yo no sabía que hacer. En aquel momento se me fue la borrachera, la líbido y hasta la heterosexualidad. ¿Cómo puedo tener tan mala suerte? Mi primera experiencia sexual en meses y ¡¿me sale esto?! Por supuesto, con «aquel panorama» no se podía hacer nada, y a mí ya se me había quitado las ganas de todo. Así que le dije que nanai y que cada cual a dormir a su cama. Él se indignó y hasta dijo algunas groserías porque no quería dormir en su cama abrazaditos. A VER, MICROPENE DE M****A, ¿QUÉ PARTE DE «NO SOMOS PAREJA» NO ENTIENDES?

La mañana siguiente fue como una resaca, pero mental. Quería morirme. Me sentía sucia, manchada, engañada, como violada. El chico me había tendido una clara encerrona desde el principio. Había planeado todo ese viaje rollo pareja feliz y me había invitado engañada. Mujeres y hombres, habré hecho cosas crueles en mi corta vida, pero JAMÁS haría yo una guarrada semejante. «Secuestrar», porque así me vi yo (atrapada por la nieve en un país tercermundista con este baboso micropenal), a una persona para llevártela al catre. Eso no se hace, NO. Me costó mucho tiempo contar estar historia, aunque, por supuesto, una vez abrí la boca, ya no pude parar de contarla a todos mis amigos (incluidos los comunes entre él y yo). La gente merece saber la verdad sobre este individuo.

Nunca hablamos de lo sucedido. En realidad no hablábamos de nada. Nos tirábamos 4 o 5 horas sin hablarnos. Como ya he dicho, me sentía atrapada en aquel lugar, y mi única obsesión era que pasara el tiempo rápido para poder besar mi patria querida cuanto antes. Tenía hasta pesadillas por la noche. Para acabar de coronarlo todo, estábamos siempre solos, él y yo. No tenía con quién desahogarme y empecé a volverme loca. En aquellos largos periodos sin dirigirnos la palabra, yo discutía con él en mi cabeza. Me imaginaba a mí misma riéndome en su cara de su micro-problema. Me parecía que había descubierto América. POR FIN todo tenía sentido. Su prepotencia y chulería, su falta de personalidad, su inseguridad, su manera de caminar y de comer… ¡Todo es debido a que no tiene pene! Y entonces me hervía la sangre: ¿¿cómo se había atrevido a meterse en la cama conmigo con ESO??? Porque el chico está totalmente negado. No ve que tiene un grave problema. ¡Con razón nunca ha tenido novia en los 8 años que le conozco!

Cuando ya volví a casa, más relajada y contenta, investigué un poco sobre los micropenes. Clínicamente, se considera micropene al que mida menos de 7 cm. Mi apodo no podía haber sido más apropiado. En general, nunca me he fijado en el tamaño. Si bien Mr. Big era un caso especial que dudo que vuelva a encontrar, el resto de mis amantes siempre fueron, pues, «normales». Incluso los asiáticos estaban bastante bien dotados. Pero lo de este tío no tenía nombre… Además, cuántas veces hemos criticado a esos «super-dotados» que van de chulos por la vida pensando que no hay mujer que se le resista. Pues os digo, amigas, que un «micro-dotado» chulo es mucho peor. ¡El otro al menos tiene motivos reales para chulear!

Obviamente no nos hemos vuelto a hablar. Yo no quise discutir en el viaje mientras dependiera de él que yo volviera a mi deseado país. Me daba miedo que yo afilara mi lengua demasiado y pudiera hasta pegarme. Nunca te puedes fiar de un hombre con claro problemas de autoestima. Es como un perro con miedo, cuya agresividad es impredecible e inminente. Además, me había tratado tan mal que dios sabe de lo que sería capaz…

Pues sí, así fue mi apoteósica entrada en el 2011. Estaba muy preocupada por lo que me pudiera deparar tal desgracia. Por eso me propuse celebrar tantas nocheviejas como fuera necesario para atraer la buena suerte. Y así llevo el mes de enero. Arruinadísima y con resacas dominicales. Pero no me arrepiento de nada. Porque aquel desgraciado me enseñó a valorarme más y la traumática experiencia ha hecho que quiera aprovechar mi vida. Ser feliz y sonreírle a esta mierda de destino que me putea constantemente.

Por un 2011 lleno de risas, alegrías, buenos momentos y muchos gofres de chocolate, aquí termino mi post de hoy. ¡Feliz año nuevo, señoritas!